viernes, 23 de noviembre de 2007

Crítica de Blade Runner: The Final Cut

Fusilado de Las Horas Perdidas

Blade Runner: The Final Cut, se estrenó la semana pasada en España, de forma muy, muy limitada y reservada exclusivamente para cines equipados con un proyector digital. Yo la vi ayer en el Kinépolis de Madrid, después de una larga, laaaarga explicación destinada a comprender las ventajas de emplear un sistema de reproducción digital sobre el proceso tradicional (básicamente, la información del film se almacena en un disco duro, y de ahí al proyector, con lo que ya no cabe la posiblidad de que se deteriore negativo alguno). El film se ha escaneado a una resolución superior a los 4.000 píxeles con lo que su definición aumenta de forma exponencial.

Así que cuando os digo que ver esta nueva versión de Blade Runner en una pantalla de cine es, a la vez, una experiencia y un regalo, es importante que pongáis esta información en su debido contexto. Ah, sí, la sala estaba completamente llena.

Narrativamente hablando, Blade Runner: The Final Cut no aporta nada nuevo a su predecesor directo, es decir, el Director’s Cut de Ridley Scott, estrenado en 1992: está el unicornio (que es más ahora un recuerdo que un sueño), desaparece la voz en off, y el film termina con las puertas del ascensor cerrándose delante de Deckard y Rachael (la transición sonora a los títulos de crédito es un poco más fluida). Un par de planos nuevos: unas chicas bailando con máscaras de hockey, la paloma que sale de la mano de Roy Batty sube hacia un cielo oscuro, en lugar de hacia ese amanecer, el primero que veíamos en todo el metraje. También se puede ver con mayor claridad a Zhora (Joanna Cassidy) recibir los disparos del Blade Runner: la actriz filmó de nuevo esa secuencia hace unos meses. Es posible que el momento más impactante sea la muerte de Pris, un poco más larga y angustiosa, pero en conclusión, nos encontramos más con un lavado de cara que con una nueva idea. Tanto da.

Porque se apagan las luces de la sala y los títulos de crédito prácticamente explotan en el espectador. Entonces comprendes una cosa: que no has visto esta película. No como ahora. Me llevó a dudar acerca de algunas cosas que tenía dadas por sentadas en el mundo del cine.

Blade Runner supera el paso del tiempo. Pocas películas lo han hecho, y su prueba de fuego es su reestreno en pantalla grande. La Guerra de las Galaxias no. El Imperio Contraataca, sí. Menciono estos films porque pertenecen al género fantástico, el más indicado para determinar si los conceptos técnicos y artísticos en los que se basa una película permanecen vigentes varias décadas después. Bien: Blade Runner no sólo aguanta el tirón. Hay momentos en los que todavía va por delante del cine actual.

Digo que va por delante porque emplea unos mecanismos, tiene una forma de contarte la historia, que hoy en día siguen sin utilizarse. Parto aquí desde el hecho de que es lógico que haya algunos a los que no les guste esta película. Pero hay algunos factores que caen, simplemente, por su propio pero: punto número 1: Blade Runner es un film que no juzga a sus personajes. Digo ésto porque tratándose de cine negro, es un film mucho más cercano a la sensibilidad del cine negro de los años 50 que al que se respira en la actualidad (donde está de moda la puñetera palabra de marras: el anti-héroe). No hay forma de que podamos sentir simpatía por Rick Deckard después de su primera conversación a solas con Rachael. Es imposible que le apoyemos después de que la infrahumaniza sin piedad. ¿Intenta disculparse después? Sí. Pero la forma en la que la da caña, como si se dirigiera a una tostadora, es la que hace que Rick Deckard pierda toda nuestra simpatía.

¿Son los replicantes mejores? Si es así, ¿por qué? ¿Son, como se suele decir, los verdaderos héroes de esta historia? Difícil. Son esclavos. Son asesinos. Moralmente hablando, son folios en blanco. Pero van a morir, lo que les convierte en personas mucho más conscientes de sus acciones y de las consecuencias, lo justo para comprenderlas, pero lo suficiente para ignorarlas. Siempre quise creer que el monólogo final de Batty no está dirigido a la galería: quiere que Deckard le recuerde. Quiere que su muerte signifique algo. Pero si tiene remordimientos de alguna clase, se los confiesa a la paloma, porque nosotros no nos enteramos de nada.

Punto número 2: veinte años después, sigue siendo absolutamente sorprendente la forma en la que Blade Runner te explica las cosas. Los detalles que enlazan la trama. La forma sutil en la que cambia la psicología de los personajes. La historia de amor entre Deckard y Rachael es una de las partes favoritas de las fans, se puede ver por qué: están aprendiendo. La sala se rió cuando Deckard entra a Rachael sentados delante del piano. Lógico. No saben muy bien que hacer, ninguno de los dos. En la primera versión funcionaba porque se nos daba a entender que Deckard, divorciado en ese momento, era más una máquina de matar que un ser humano carente de sentimientos. Ahora, el efecto es mucho más poderoso. Sabiendo lo que realmente son, es mucho más fácil entender que su relación no está basada en patrones definidos en los que se mueven las personas normales. Deckard y Rachael aprenden sobre la marcha. Y puede pasar cualquier cosa.

Muchas películas nos enseñan lo que sienten los personajes. No hay muchas, no hay casi ninguna, que nos muestre CÓMO sienten. Cómo Batty no sólo se atraviesa la mano con un clavo para mantener su organismo en marcha, sino para experimentar dolor. Como cuando deja de Deckard le golpee con la barra de hierro en la cabeza, como cuando termina de romperle los dedos se pone en el camino de un disparo. Como contempla a Deckard trepar por el edificio mientras cierra los ojos y deja que la lluvia le caiga encima. La última media hora del film es el momento más feliz en la corta vida de Roy Batty. Porque todo le duele. Porque su novia está muerta. Y porque es libre. Es mi frase favorita del film: “Es toda una experiencia vivir con miedo, ¿verdad?. Eso es lo que significa ser esclavo”.

Punto número tres y último: si todo esto no os ha servido de mucho, simplemente contemplad este film. Escuchadlo. Es un prodigio de puesta en escena, de iluminación, de dirección artística, de producción, de labor de figuración (posiblemente el mejor film de la Historia en este aspecto, según mi colega. Mi colega trabaja en ésto). La proyección en alta definición resalta la precisión de las maquetas y del matte-painting hasta lo indecible. Deckard sale con el vaso de whisky y ahora podemos ver Los Ángeles en todo su esplendor, desde la Tyrell Corporation al fondo, hasta las pequeñas personas que pasean por la calle, cincuenta pisos más abajo. No tiene precio. Puede que no os guste la historia, pero Scott emplea la cámara, la luz, el sonido, como armas para mantener nuestra atención. Ya lo conseguía en la pantalla pequeña. En pantalla grande, es un tiro hecho.

El mejor film de 2007 se ha estrenado de forma limitada, temporal, y es de 1982. Intentad verlo en la medida de lo posible.